Vallisoletanos por el mundo

Vallisoletanos por el mundo

Y cuando llegamos a la plaza encontramos a un grupo de unas treinta personas, de entre veinte y cuarenta años, charlando distendidamente en las zonas de sombra. Dos chicas hacen una pancarta con papel continuo y otros tres chicos se afanan delante de un pequeño ordenador portátil con un módem-USB incorporado: están tuiteando y sacando fotos como si no hubiera un mañana. No hay banderas de ningún tipo, pero van todos de negro y se ven carteles fotocopiados de Juventud Sin Futuro. Reconozco a uno de los presentes, Carlos, un ingeniero agrónomo de Valladolid y le saludo con una sonrisa.

La escena no tendría nada de especial: una concentración cualquiera con ambiente 15M cien por cien, en cualquier lugar de España. Excepto por esto último: no estamos en Valladolid o, si a eso vamos, ni siquiera en la península ibérica. La escena tiene lugar en Montevideo, frente a la embajada española en Uruguay. 

Estoy viendo una de las protestas que, con el lema “No nos vamos, nos echan”, ha sacado este domingo a miles de personas por todo el globo. Una protesta de inmigrantes. Inmigrantes como yo, pienso mientras me aproximo y comienzan las presentaciones bajo un sol de justicia, mientras las familias uruguayas que pasean por la zona nos miran con curiosidad. Unas cuantas se acercan y me da un poco de vergüenza la situación, pero todo son educadas sonrisas –una constante de agradecer en este país- y muestras de solidaridad: quien no tiene un abuelo gallego, conserva una tía en Soria. Es un poco como sentirse en casa. Un poco.

Y es que, como tantos jóvenes (o no tan jóvenes) de nuestra ciudad, he emigrado. A Uruguay. A Montevideo. Me he ido como lo ha hecho antes que yo un porcentaje importante de mis amigos y conocidos. Mientras me pongo la chapita amarilla de nuestro 15M vallisoletano (ahí, haciendo patria), hago un repaso mental rápido: Aparte de María y yo, Tania está en Hamburgo, César en Münich, Pablo y Ana en Nantes, junto a Mar. Pablo, Sergio, Marta, Victor y Eleazar se encuentran en Londres, Rebeca en la República Checa. Jorge en Paris, Claudia en México DF, María en Washington, Gemma en New York. Y la lista sigue y sigue, pero desisto de continuar porque nos hemos sentado en el suelo y empieza la ronda de presentaciones. Esta es reveladora: todo el mundo dice su nombre, su ciudad de origen, el tiempo que lleva en Uruguay (en general, no más de seis meses) y mucha gente añade su grupo 15M de procedencia: Chamartín, Diversidad Funcional, Comunicación en Red, Montecarmelo, Valladolid, Guadalajara…un microcosmos de la movilización ciudadana trasplantado al otro lado del mundo. Y los usos comunes (se toma palabra, esperamos a que acaben las intervenciones sin interrumpir, intentamos no aburrir siendo breves) me dan un sentimiento de pertenencia agradable tras tantos kilómetros recorridos.

Luego averiguo que el caso de Carlos, el ingeniero agrónomo pucelano, no es único: todo el mundo con el que hablo tiene educación universitaria; todo el mundo estaba sin trabajo o frustrado con las condiciones de su vida laboral en España; todos quieren tener una vida normal: un curre digno y decente y salir de la sensación de depresión colectiva, de cabreo permanente, que se ha instalado en casa. Nadie está en Montevideo “por espíritu aventurero”, como decía una de las muchas cretinas que manejan hoy día la cosa pública. Pensamos en ella cuando colgamos rosas y fotocopias de nuestros pasaportes en la fachada de la dominicalmente somnolienta embajada. Para que no falte de nada, se abre una puerta y emerge uno de los policías nacionales en dotación a la legación diplomática. “¿No pensaréis dejar eso ahí?. Luego me lo quitáis todo”. Tiene una barriga considerable y una aparatosa pulsera de cuadraditos de madera con los colores patrios. Me dan ganas de decirle que no, que no lo quitamos, que si fastidia verlo más nos fastidia a nosotros estar a quince mil kilómetros de nuestra familia y nuestros amigos, pero hace calor, a lo lejos se intuye el Río de la Plata y total, para qué. Asentimos educadamente (“Si, no se preocupe, hacemos unas fotos y ahora nos lo llevamos…para la próxima vez”) y el funcionario, satisfecho de haber apagado la chispa de la revolución, vuelve a desaparecer por la puerta del recinto que se adivina fresco y sombreado. Diez minutos después ya hemos cambiado los correos, hecho una lista, abierto una cuenta en twitter y quedado para el domingo siguiente, 14 de Abril, en el mismo lugar. Pero no por placer. Estamos porque no nos queda otro remedio: no nos hemos ido. Nos han echado. Y volveremos.

ultimocero.com

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